Se acerca este día que para mi, como supongo para casi todos vosotros es un día inventado por el capitalismo para comercializar productos varios.
Si embargo este año es especial. El motivo es que no puedo evitar lo que sucedió el año pasado. Mi chico me había entregado su regalo por anticipado, dado que tenía que pedir permiso en mi trabajo. Nos íbamos de viaje. Destino: Londres.
Tres días con sus noches para nosotros solos. El primero de ellos el día 14 de febrero, con la noche del 14 de febrero. No quiero aburriros con excesivos detalles sobre la ciudad. El Hotel Victoria Park Plaza, donde nos hospedábamos está ubicado junto a la estación del mismo nombre, y tiene los lujos necesarios para que una se sienta más que cómoda. Entre ellos la “executive room”. Se trata de un servicio en una habitación, para aquellos clientes que han pagado un extra, en el que en una especie de bar, autoservicio, puedes picotear (picoteo londinense obviamente), y beber lo que te apetezca. Nos metimos allí a las seis de la tarde. Coqueteamos, hablamos, bebimos, nos reimos, bebimos más, volvimos a coquetear..., bueno pasamos una muy agradable tarde en la cual el alcohol ejerció su efecto, y nosotros pusimos el resto.
Decidimos no cenar. Mejor nos comíamos entre nosotros.
Ya en la habitación obsequié a mi pareja con un streptease que dejaba en ridículo a la mismísima Kim Bassinger de nueve semanas y media. No en vano era mi regalo, ya que me había comprado un precioso corselete con tanga y ligueros para la ocasión. Este iba a ser mi regalo de San Valentí. Él lo recibió sentado, mirándome expectante y con agrado. Con agrado y mucha excitación pues finalizado el espectáculo lo tenía desnudo frente a mí, acariciándose, y esperando que me desprendiese de la última prenda para lanzarse sobre mí de modo felino. Disfrutamos el uno del otro como hacía tiempo. Una vez acabamos vino lo mejor.
Me comentó que él tenía otro regalo para mi al margen del viaje, que le parecía poco y me había comprado algo. Cuando abrí mi regalo, encontré tres cajitas con tres conjuntos de lo más sexy. Preciosos, por que mi chico tiene mucho gusto, pero con una carga de erotismo y sensualidad terribles.
Uno a uno. Me los puse en el servicio. Salí. Y empecé cada vez el número del streptease con el nuevo vestuario. Entre pase y pase, nos lo pasábamos bien, y a renglón seguido el siguiente pase. Cuatro pases. Cuatro revolcones en toda regla.
Desde entonces mi idea sobre San Valentín, y hasta sobre el capitalismo si queréis, ha cambiado. Y ha cambiado tanto que antes de escribir esta entrada, me he pasado por mi tienda favorita de ropa interior en internet, y me he comprado cinco conjuntitos para la noche del sábado. Que por cierto este año nos toca Roma.
Ya os contaré.
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martes, 10 de febrero de 2009
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